martes

Con una idea en la cabeza...





Generalmente los proyectos y por qué no, los sueños, suelen empezar por una idea. Una idea que en ocasiones puede sonar algo utópica o absurda tanto para los demás como para uno mismo, pero al fin y al cabo, como dice el dicho, "soñar no cuesta nada". Ahora, hablamos de costos no necesariamente desde el punto de vista económico, pero sí, desde otros puntos de vista. Pero lo que necesitan las ideas para que no se queden solo en eso, en ideas, es algo que las alimente, que las nutra, que las haga permanecer ahí. Algo que permita recordarle a uno que existen y que si se persevera en ellas pueden hacerse realidad y no se queden en un simple y vaporoso engrama mental que se dispersa con el tiempo y las ocupaciones. Dicen que las personas tienen varias ideas de proyectos en un día, muchas más en un año y miles de ellas durante toda su vida. La fortuna, si se le puede llamar así, es poder llevar a cabo al menos una de ellas y contar con la perseverancia, la constancia y la voluntad de dedicarle a ese trabajo el sacrificio, el interés y la pasión para poder sacarlo a flote y verlo hecho realidad. 

Este proyecto empezó como eso, como una idea efímera, algo distante, podríamos decir que como un sueño. Para un curioso del arte, la historia y la medicina, el hecho inspirador fue precisamente la lectura de un libro. Pero no era un libro cualquiera. Se trataba de un libro de arte. Pero no de un arte cualquiera, se trataba de pintura impresionista y no exactamente de cualquier pintor, este era un libro sobre uno de mis pintores favoritos: Vincent van Gogh. Un tipo complejo socialmente hablando, un poco malentendido creo yo, al parecer muy introvertido, asocial y hasta conflictivo en ocasiones. Pero para el tema en cuestión, dice la historia que el pintor sufrió aparentemente de una enfermedad de una muy mala reputación en la historia de la medicina conocida como sífilis. ¡Interesante! pensé. Un pintor, una enfermedad venérea, un historia que involucra dos protagonistas y cómo se influencian el uno al otro. No sería lo mismo la historia de van Gogh sin la sífilis, así sea mito o realidad, y para la historia de dicha enfermedad, no sería lo mismo su narración si no nombramos a van Gogh. 

Así entonces, como dice la sabiduría popular, nada pasa en la vida de nadie por casualidad. En este caso, tanto para el artista como para la enfermedad, existe una sinergia historica que potencia sus historias alimentadas por la popularidad del otro, por su peso en sí mismo y porque de uno u otro modo, el encontrarse los dos en un punto en común hace que sus historias ya no vuelvan a ser las mismas y es allí donde la conexión entre arte y medicina, el cruce de caminos entre estas dos corrientes deja de ser solo un hecho anecdótico, un mero dato histórico y se convierte en todo un fenómeno sicosocial que hace evidente que la historia de la enfermedad tenga un efecto tan impactante en la historia de la humanidad.

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